jueves, 22 de marzo de 2018

Y llego la quimioterapia y radioterapia


Después de la noticia que cambio mi vida, empezó el duro proceso y yo ni siquiera era consciente de ello. Al día siguiente comencé el tratamiento de quimioterapia, es verdad que me sonaba el nombre pero no sabía cómo algo podía quemarte tanto por dentro. 

El primer día no sentía efectos secundarios y pensaba “no es tan malo como dicen”, creo que al día siguiente de pensar eso tuve que retirarlo de mi pensamiento. No es solo el hecho de que te deje agotada físicamente sino que te afecta en todos los sentidos. Miles de náuseas, molestias de olores de cualquier tipo incluso el más mínimo detalle acaba molestándote. Mi enfermedad estaba bastante avanzada así que tuvieron que combinarla con radioterapia, nunca había oído hablar de ese tratamiento si os soy sincera, hasta que me encontré en esa sala del hospital donde intentaban explicarme a mis 14 años lo que era un tratamiento tan agresivo con eso. “Tan solo tienes que estar quieta sin moverte, no duele, incluso puedes quedarte dormida si quieres” Fácil, sencillo, pensé, no es doloroso como la quimioterapia ¡gracias a dios! Hasta que tuvieron que diseñar una malla para mi cara para que los rayos de la radioterapia no afectaran a mi cara, ahí ya no era todo color de rosa. Creo que nunca me sentí tan atrapada como cuando tenían que ponerme la malla, son 20 minutos solamente decían. 20 minutos donde no sabes siquiera qué pensar o qué sentir. Creo que mi sentimiento era de sentirme atrapada, encerrada sin poder moverme aunque no solo lo estaba en esa sala sino que mi vida se hallaba encerrada, atrapada. Tiene que dejar que una máquina intente eliminar tu enfermedad, en realidad es eso, te pones en manos de máquinas y de sustancias que intentan curarte pero acaban matándote por dentro… Y al fin y al cabo tú no decidiste estar ahí, tú no pediste tener que pasar por todo aquello. Pero ahí te encuentras intentando salvar tu vida, cuando hace 2 semanas atrás ni siquiera te habías planteado qué querías en un futuro ni qué harías cuando fueses más mayor.

Creo que la vida me dio un golpe tan fuerte que no queda otra que abrir los ojos. Las primeras semanas creo que mi propia mente o quizás fuese yo misma la que intentaba cubrir una fachada con la realidad y no aceptar lo que era, lo que tenía. Pero esa fachada no puede durar mucho tiempo y mucho menos cuando no sabes cuánto tiempo más te queda. Y tienes que sacar fuerzas de donde sea aunque no existan, y yo tuve que hacerlo o aprender a hacerlo.

viernes, 9 de marzo de 2018

Donde comenzó todo


Aún no recuerdo bien el instante donde mi vida cambio por completo, o creo que sí...

Yo era una adolescente más, con 14 años a toda chica le gusta pasar las tardes con sus amigas, ir de compras, hablar del chico que tanto te gusta, todos hemos sido adolescentes. Recuerdo perfectamente el día en que iba a visitar a una amiga y empezó un dolor en el cuello punzante y con inflamación. Todo parecía normal, podía ser una contractura cualquiera o una picadura de algún bicho, pero no lo era. Pasaban las semanas y dolía más, y la inflamación ya no era solo de un lado sino de ambos. Acudí varias veces al médico para buscar una solución, donde siempre encontraba la misma respuesta “Haremos esta prueba para descartar…” Creo que perdí la cuenta de todas las pruebas que me hicieron y los resultados seguían siendo los mismos “Negativo”. Nada era malo, eso tranquilizaba por un instante, pero cuando me daba cuenta ahí seguía el dolor y la inflamación y eso no tranquilizaba. Un día la doctora me dijo que por fin sabían que tenía, se llamaban “Vegetaciones” y no son nada malo, con una sencilla operación te limpian las fosas nasales y listo. Toda preocupación se había alejado, una sencilla operación y todo volvería a la normalidad y me olvidaría de tanto hospital y pruebas. 
Llego el día de la operación, recuerdo perfectamente que estaba tan enfadada ese día ya que había una excursión del instituto que tanto deseaba ir y justo era ese mismo día, importancias tontas que le damos a cosas así. Una vez en la puerta del quirófano, el anestesista me indico que abriese la boca lo máximo posible para ver el tamaño del tubo de anestesia, abrí la boca lo máximo posible, he de decir que llevaba ya meses sin poder abrir casi la boca que apenas me entraba una cuchara en ella… Cuando la anestesista vio que no podía abrir más, su cara lo dijo todo. “A esta niña no podemos operarla así, hay que subirla a planta”. 
Recuerdo el camino hacia mi habitación, ¿Qué pasa? ¿Por qué no pueden operarme? ¿Qué hay de malo? Preguntas que no tenían respuesta. A continuación, decidieron realizarme una resonancia magnética, si parece de locos que en todo el año que me estuvieron realizando pruebas no me hiciesen una resonancia magnética. Y la resonancia dio la respuesta a todas esas preguntas. Recuerdo perfectamente ese día cuando el médico Manolo, era nuevo en la ciudad y en el hospital, se acercó a mí y me dijo que en la prueba había salido “una bolita” detrás de la nariz, en la zona nasofaríngea y que tenían que destruir “esa bolita” por lo que tendría que ir todos los días a un hospital y varias veces tenía que quedarme ingresada durante un tiempo. Esa fue la explicación que me dio. ¿Qué otra explicación le darías a una niña de 14 años, que tiene toda una vida por delante y tú sabes que su vida ya no será la misma desde aquel instante? Mi respuesta a todo eso fue: ¿Entonces solo tengo que ir al hospital, pero puedo estar en casa y con mis amigos normal no? ¿Cuándo marcho para casa? Sentí un alivio al saber que podría volver a casa y tan solo tendría que acercarme al hospital un tiempo por las mañanas.

Creo que ese fue el instante, el momento donde todo cambio, donde todo comenzó, donde no fui consciente del rumbo que iba a tomar mi vida desde ahí.