Después de la noticia que cambio mi vida, empezó el duro
proceso y yo ni siquiera era consciente de ello. Al día siguiente comencé el
tratamiento de quimioterapia, es verdad que me sonaba el nombre pero no sabía
cómo algo podía quemarte tanto por dentro.
El primer día no sentía efectos secundarios y pensaba “no es
tan malo como dicen”, creo que al día siguiente de pensar eso tuve que
retirarlo de mi pensamiento. No es solo el hecho de que te deje agotada
físicamente sino que te afecta en todos los sentidos. Miles de náuseas,
molestias de olores de cualquier tipo incluso el más mínimo detalle acaba molestándote.
Mi enfermedad estaba bastante avanzada así que tuvieron que combinarla con
radioterapia, nunca había oído hablar de ese tratamiento si os soy sincera,
hasta que me encontré en esa sala del hospital donde intentaban explicarme a
mis 14 años lo que era un tratamiento tan agresivo con eso. “Tan solo tienes
que estar quieta sin moverte, no duele, incluso puedes quedarte dormida si
quieres” Fácil, sencillo, pensé, no es doloroso como la quimioterapia ¡gracias
a dios! Hasta que tuvieron que diseñar una malla para mi cara para que los
rayos de la radioterapia no afectaran a mi cara, ahí ya no era todo color de
rosa. Creo que nunca me sentí tan atrapada como cuando tenían que ponerme la malla,
son 20 minutos solamente decían. 20 minutos donde no sabes siquiera qué pensar
o qué sentir. Creo que mi sentimiento era de sentirme atrapada, encerrada sin
poder moverme aunque no solo lo estaba en esa sala sino que mi vida se hallaba
encerrada, atrapada. Tiene que dejar que una máquina intente eliminar tu enfermedad,
en realidad es eso, te pones en manos de máquinas y de sustancias que intentan
curarte pero acaban matándote por dentro… Y al fin y al cabo tú no decidiste
estar ahí, tú no pediste tener que pasar por todo aquello. Pero ahí te
encuentras intentando salvar tu vida, cuando hace 2 semanas atrás ni siquiera
te habías planteado qué querías en un futuro ni qué harías cuando fueses más
mayor.
Creo que la vida me dio un golpe tan fuerte que no queda
otra que abrir los ojos. Las primeras semanas creo que mi propia mente o quizás
fuese yo misma la que intentaba cubrir una fachada con la realidad y no aceptar
lo que era, lo que tenía. Pero esa fachada no puede durar mucho tiempo y mucho
menos cuando no sabes cuánto tiempo más te queda. Y tienes que sacar fuerzas de
donde sea aunque no existan, y yo tuve que hacerlo o aprender a hacerlo.